Por: La Redacción.
Ciudad de México., a 9 de agosto del 2023.- El martes 8 de agosto la ciudad de Chilpancingo amaneció con las calles vacías porque la mayoría de los transportistas volvió a resguardarse en sus casas, después de que la mañana del lunes mataron a otros tres choferes en la base de las camionetas Urvan de la ruta Mercado-Los Ángeles, al oriente de la capital estatal.
Con estos últimos conductores del transporte público ultimados suman 19 los asesinados en la zona Centro del estado, de acuerdo con un recuento de hechos en la zona Centro. La mayoría de las ejecuciones ocurrieron en Chilpancingo y Tixtla desde el 8 de julio pasado, cuando hombres armados recorrieron la ciudad e hicieron una especie de cacería de transportistas: mataron a cinco e incendiaron cuatro vehículos, en dos de ellos con los choferes en su interior.
Ese día es el punto de partida de ataques sistemáticos contra el transporte público y surgen en un contexto importante.
Dicho comienzo está contextualizado en un movimiento que incluyó el bloqueo de calles y avenidas en la ciudad por parte de transportistas del llamado Circuito Río Azul, que cubren la ruta que va y viene de Quechultenango, Mochitlán y Chilpancingo, en exigencia de la liberación de un par de supuestos líderes transportistas, detenidos con cartuchos de armas de fuego y supuestamente droga.
La protesta tuvo una extensión al lunes 10 de julio, con la irrupción de habitantes de llamado Circuito Azul, además de Chilapa, por la exigencia, ahora, de obra social.
Los dos hechos que dejan en medio el ataque a transportistas del 8 de julio, fueron catalogados por el gobierno federal como acciones del grupo criminal de Los Ardillos.
De acuerdo con la radiografía estatal, ese grupo criminal opera en los municipios de zona Centro, es decir, los de Circuito Azul y Chilapa.
Otro elemento que contextualiza los ataques contra los transportistas es la crisis que rodea a la alcaldesa de Chilpancingo, Norma Otilia Hernández Martínez, después de que fueron exhibidas imágenes de su reunión con uno de los presuntos líderes de Los Ardillos, originarios de Quechultenango, de nombre Celso Ortega Jiménez.
Durante esos tres días, del 8 al 10 de julio, Chilpancingo fue un terreno descampado porque los ataques a los transportistas impactaron de manera directa al gremio, y también inmoviliza una ciudad que necesita del transporte público para funcionar.
Para quienes tienen vehículo, el elemento inmovilizador también fue el miedo.
Hoy sólo algunas unidades, en particular taxis, que circularon por la ciudad. La razón principal fue un acuerdo entre los transportistas para exigir al gobierno estatal garantías de seguridad, explicaron algunos de los choferes. “Ya nos están pidiendo que paremos”, dice un taxista de una de las bases de las centrales de autobuses alrededor de las diez de la mañana.
Las zonas que más reúnen usuarios del transporte público son las paradas del centro de la ciudad y las del mercado Baltasar Leyva Mancilla. Hoy, los usuarios esperaban entre 40 minutos y una hora para abrazar la posibilidad de tomar una Urvan, pero las unidades eran insuficientes y caminaban para llegar a sus trabajos o regresar de ellos.
Chilpancingo es una ciudad burócrata y concentra a la mayoría de las facultades de la Universidad Autómoma de Guerrero (Uagro), que ahora están en receso, pero no todos los habitantes tienen esa posibilidad del descanso de verano.
La falta de taxis también causó el disparo en la tarifa. Por ejemplo, la cuota mínima por viaje de taxi es de 60 pesos, pero hoy fue de 80 o más. Al menos eso es lo que cobran los taxis de las centrales de autobuses.
El servicio de las camionetas Urvan estuvo más disminuido, hubo rutas completas que no funcionaron, por ejemplo la del Mercado-Los Ángeles que no opera desde ayer después del ataque.
Tampoco hay transporte público en las zonas que rodean el libramiento a Tixtla, área donde está ubicada la base atacada, como las que llegan a las colonias Indeco, Herradura y Trinchera.
Para las colonias populares de otros puntos tampoco hubo cobertura.
Las rutas foráneas que llegan a la ciudad por la parte sur no ingresaron, al parecer por temor; bajaron a los pasajeros en los límites con Petaquillas, cerca del cuartel de la Guardia Nacional. Petaquillas es la puerta al denominado Circuito Azul.
El temor tampoco era figurado si se considera que el lunes por la noche, después del ataque, aparecieron colgadas unas lonas desde puentes peatonales del bulevar Vicente Guerrero, firmadas por el grupo criminal Los Tlacos, donde advertían que comenzarían a actuar si las acciones del gobierno no frenaban a Los Ardillos.
Escribieron que, por cada vehículo del transporte público quemado, ellos incendiarían 10. El lunes también destruyeron una Urvan.
“(…) Y a todos los que apoyan a Los Ardillos más vale que se vallan para sus lugares por qué ahora sí vamos a limpiar de puercos mata inocentes con nosotros el pueblo está tranquilo y limpio pero al gobierno ya vimos que no le importa eso ni que se desate la guerra pero nosotros si cuidamos al pueblo (sic)».
En este acecho está la capital del estado de Guerrero.
Un boxeador y un abuelo, entre las víctimas
Jhon Alexander Flores García, de 19 años, fue campeón estatal de boxeo durante dos años seguidos, 2021 y 2022.
Entre sus compañeros transportistas pocos sabían que había representado a Guerrero en los Juegos Nacionales de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte.
Para mantenerse, el joven trabajaba como chofer de Urvan del transporte público de la Ruta Mercado-Los Ángeles. El lunes último fue a trabajar la unidad, pero alrededor de las nueve de la mañana lo mataron a él y a otros dos de sus compañeros cuando esperaban turno en la base.
Fue poco después que se supo de la formación boxística del joven transportista cuando la Asociación de Boxeo del Estado de Guerrero circuló una esquela donde lamentaba el asesinato de Jhon Alexander.
Otra víctima: Félix Alonso solía estacionarse en el taxi número 469 que manejaba desde hace nueve años afuera de la tienda de autoservicios que está cerca del punto conocido como Jacarandas, al sur de la ciudad.
Su jornada de todos los días era levantarse poco después de las cinco de la mañana, prepararse y salir a las seis de casa para comenzar a trabajar el taxi. Siempre volvía antes de las siete de la mañana para llevar a una de sus nietas a la secundaria.
Su única hija, Dulce Alonso, es madre de dos menores de edad, y él aportaba para la manutención de ambas. Todos, él, su esposa, su hija y sus dos nietas vivían juntos en su casa de la colonia del PRI.
El sábado 8 de julio salió a trabajar el taxi. Una de sus nietas le llamó entre tres y cuatro de la tarde para que regresara a casa a comer, pero, como siempre, no atendió pronto el teléfono.
Dulce salió de casa a las seis de la tarde y se lo topó cerca del puente conocido como El Capricho, Félix le dijo que antes de regresar guardaría el taxi porque tenía miedo que lo quemaran si lo estacionaba afuera de su domicilio. Para esa hora ya se sabía de los ataques contra taxistas.
Más tarde su prima le escribió a un mensaje: ‘¿Mi tío está bien?’. Vio un video en redes del taxi 469 incendiándose.
Félix Alonso fue herido el día del ataque contra los taxistas. Murió más tarde en un hospital, tenía 60 años y 20 como transportista. Nunca tuvo un taxi propio; siempre fue empleado.
Con información de Proceso.
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